Hay ciertas máximas que ya estructuran nuestra práctica como organización. La tecnología no es neutra, es un elemento complejo que pertenece a un sistema social. Llevamos varias sesiones indagando sobre esta idea, abordándola desde distintos frentes (feminismos, ecologismo, decolonialidad…). Hemos visto cómo al presentar la tecnología como un elemento neutral se consiguen esconder los mecanismos y relaciones de poder por las que se predefinen las metas de la sociedad. En la última sesión de la Escuela de Activistas, con la dinamización de Leire Vázquez Orobio, nos centramos en intentar desgranar cuestionamientos críticos básicos en las relaciones entre tecnología, cultura y cooperación.
En el foco del problema: la transferencia tecnológica. Sin ser una categoría monolítica, lo cierto es que esta práctica suele ser origen de tres tipos de desequilibrios: estructurales (maquinaria que requiere capital e infraestructuras), problemas de ritmos (confrontación entre tecnología y cultura) y ecológicos y de organización social (desvalorización de conocimientos autóctonos). Y en todos estos potenciales desequilibrios hay un elemento central que requiere de continua revisión: ¿qué papel vamos a ocupar como agentes del Norte que quiere acompañar procesos vinculados a tecnología en el Sur?
Ilustramos diferentes casuísticas a través de proyectos de cooperación concretos en los que el proceso de tutelaje de las organizaciones del Norte resulta sonrojante. Pero, ¿hasta qué punto no nos podemos sentir mínimamente identificadas en esas prácticas que revelan la colonialidad que habita en nosotras? Se abre el debate, un debate que viene a cuestionar nuestra propia identidad, nuestras prácticas profesionales y nuestra forma de entender la solidaridad internacional.