Por Deisy Rivera, Defensora de la comunidad Santa Marta y voluntaria de ISF
La precariedad es una de las palabras que me ha hecho compañía toda la vida. La escuchaba en casa, en boca de mi madre: “tenemos muchas precariedades”; la he escuchado de gente externa a mi comunidad como una forma de nombrarnos e identificarnos y hasta cierto punto señalarnos: “ustedes son de familias precarias”; y la he escuchado desde un reconocimiento colectivo como respuesta ante la pregunta ¿Por qué nos tratan de manera desigual? Cuya reflexión siempre me orienta a la misma palabra: “no valemos lo mismo porque somos grupos precarios”. Ante una palabra que me ha sonado toda la vida y es parte de todos los espacios en los que convivo, profundizar en ella se me ha vuelto una necesidad.
Al recibir la invitación para participar en el taller: ¿Vulnerables o vulnerabilizadas?: cambiando las perspectivas en torno a la otredad. Estaba segura que la palabra saldría al debate colectivo y que eso me permitiría intercambiar perspectivas desde otras voces y experiencias diversas. La expectativa se cumplió y la precariedad fue el centro del taller.
Desde una metodología provocadora y con una cercanía tremenda a las técnicas de la educación popular, que en Latinoamérica se desarrollan, la palabra se fue nutriendo tremendamente. Y de precariedad se pasó a hablar de precarización, es decir que esta condición tiene una causa. Y que ser precarizada es un atentado a nuestra propia existencia.
La precariedad es una condición que expone de forma más clara la vulnerabilidad que los cuerpos tenemos. Cada uno y una de nosotras somos vulnerables porque dependemos de los cuidados de otras personas en algún momento de nuestras vidas para seguir existiendo, pero eso no significa que todas estén en precariedad. Una vida es precaria cuando no existen condiciones sociales y económicas para ser sostenida, cuando es dañada, criminalizada, e incluso una vida erradicada sin que para la sociedad signifique una pérdida. Una vida precarizada es aquella que ha dejado de contar, incluso antes de su último aliento. Son cuerpos con existencia, pero carentes de toda vida reconocible socialmente.