Ondiz Zarraga, investigadora y activista por el software libre, ya nos pone sobre aviso: no vamos a tener una charla técnica, esto va sobre ética. Ahora que amplios espectros de la población se preocupan por su privacidad en tiempos de una pandemia mundial, conviene que ampliemos el foco más allá del contexto actual. La dimensión ética en torno a la tecnología va más allá de la noticia que hayamos podido ver la semana pasada sobre aplicaciones de rastreo del COVID. Pasemos la lupa por hardware, software y redes sociales con miradas multidisciplinares que no se queden en el “Google nos espía”, a ver qué nos encontramos.
Empezamos la sesión compartiendo algunas reflexiones en torno al hardware. A nadie se nos escapa los vínculos que existen con la expoliación de riquezas materiales en países en conflicto, la explotación de derechos humanos, la generación de toneladas de basura electrónica o la obsolescencia programada que eleva la fugacidad de nuestras compras. Si hablamos de la energía consumida, las cifras nos pueden abrumar. Si internet fuera un país sería el sexto en consumo energético, siendo el streaming de videos la actividad que se lleva el mayor gasto de energía. Está claro que hay un campo grande de mejora para construir servidores más éticos. Comenzamos a lanzar ideas sobre dónde situarlos: cerca de donde se vayan a situar, alimentados con energías renovables, reutilizarlos, que se enfríen de forma pasiva…
Cuando hablamos de software, en el grupo rápidamente nos desviamos hacia las recientes aplicaciones de rastreo. Nos fijamos en cómo este tipo de planteamientos dejan fuera a muchas personas: a las que no tienen un smartphone, a las personas mayores no habituadas a estas tecnologías… Dependiendo del territorio del que hablemos, esto supone que te puedas estar dejando a más de la mitad de la población fuera. Pero más allá de esta deriva, este tipo de políticas transmite la idea de una solución tecnológica a un problema que no lo es: ¿hasta qué punto queremos invertir el presupuesto disponible en tecnología adelantada, cuando los servicios de primaria están denunciando su falta de recursos?
Si atendemos a cómo debería ser el software, salen ideas que apuntan a que debería ser software libre (podemos ver cómo funciona, mejorarlo y compartir las mejoras), privado (no recoge ninguna información, encripta los datos), descentralizado (garantiza la seguridad, la neutralidad y la soberanía), interoperable (usa estándares abiertos, favorece la gestión local, la soberanía y la comunidad), accesible e inclusivo (no discrimina por habilidades, género, raza, lengua o país de origen), así como sostenible (no gasta recursos innecesariamente).
Nos detenemos en las dinámicas sociales que se generan en torno a las redes sociales, la imposición de servicios privativos en centros escolares o las posibilidades que se generan desde comunidades vinculadas al software libre. Alguien en el chat comenta:”nos estábamos preocupando porque las aplicaciones del coronavirus nos iban a rastrear, y resulta que Google ya llevaba haciéndolo años”.