Crónica elaborada por María Rebollo Sampedro, estudiante del XXIV Seminario de Cooperación, Desarrollo y Tecnologías para la Transición Ecosocial

La energía actualmente juega un papel crucial en el desarrollo económico y la estabilidad global, y con este constante progreso y evolución en el que vivimos aparece el término de soberanía energética.

Puede que a muchos nos chocara un poco el término, al no tener muy claro los conceptos o el objetivo de éste; partíamos de la base de que era una transformación, una decisión que nos afectaba a todos como comunidad, que iba a depender de los recursos, del poder y de los derechos, y que por ello iba a ser complicado.

Pues efectivamente, la soberanía energética pone en común todos estos conceptos que habíamos planteado entre todos, al tratarse del derecho a la toma de decisiones de las comunidades en la generación, distribución y consumo de energía, asegurando que sea apropiado tanto a nivel social y económico como ecológico. Y todo ello asegura muchas oportunidades, pero también desafíos, al enfrentarse a
complejidades tecnológicas, decisiones políticas difíciles y la necesidad de equilibrar la interconexión global con la autonomía nacional.

También fue impactante para mí la relación que existe entre la energía y la clase social, ya que es un tema complejo que toca lo económico, lo social y lo ambiental, incluso en casos extremos donde también afecta a nivel de salud. Como parte fundamental, me gustaría destacar el acceso a dicha energía, ya que en clases más bajas pueden tener dificultades para acceder, o que sea limitada. Lo que hace que su impacto ambiental sea menor al no disponer casi de ella, lo que me parece un tanto irónico teniendo en cuenta que estos suelen vivir en áreas más afectadas por la contaminación; lo cual nos lleva a la escasa salud de la gente de estas clases sociales más bajas, que además se acentúa porque al tratar con combustibles de tipo carbón, madera y residuos, los humos y gases producidos pueden provocar serias enfermedades.

Está claro que existe una relación entre las personas con ingresos altos y el desarrollo energético, pero esto sólo hace que se incremente más la desigualdad estructural. Con todo esto van surgiendo comunidades energéticas que, a nivel jurídico, colaboran en el sector energético para prestar servicios y crear beneficios
socioeconómicos y ambientales. Por ello, nos vamos dando cuenta de que se va generando cambio y aunque se deba producir tanto a nivel personal como nivel de comunidad, los actores más importantes vienen del nivel político y económico.

En mi opinión, el desarrollo energético con las nuevas fuentes renovables y las tecnologías sostenibles va en buen camino y estamos avanzando hacia un futuro más limpio y eficiente. Pero también existe el riesgo de que con ello las desigualdades en el acceso a estas tecnologías se intensifiquen. Y aunque sea muy importante la transformación ecológica no podemos dejar atrás a comunidades enteras. Con todo esto, es fundamental la colaboración internacional y el uso equitativo de los productos para construir un futuro donde la soberanía energética coexista con la solidaridad global.